¡Ya es el
colmo! Estoy harta y me estoy hartando poco a poco más, a punto ya de explotar.
Lo primero
fue la perdida extraña, como pocas, de la perdida de la tarjeta del móvil.
Excusas vagas de la escuela, los amigos, nos qué y, zas, perdida de la tarjeta.
Ya fui con ella a Vodafone y no se la pudieran hacer, la copia SIM por tener el
terminal mal y se les bloqueaba con lo que nos emplazaron para unos días más
tarde. Eso fue el sábado y, a partir de ahí, cabreo tras cabreo, enfado tras
enfado. No habla de otra cosa, de su tarjeta, que esta sin tarjeta, que no
tiene móvil, que no puede llamar, que no puede recibir llamadas, que si
patatín, que si patatán. Todo un fin de semana así de negro y complicado, al
tiempo. Todos los problemas del mundo en una tarjeta de móvil perdida por ella
misma.
Claro, por
la semana, esta pasada semana, primero son, por ese orden, merienda y trabajos
de casa. No le queda tiempo y cuando queda libre pues ya no es hora de ir al
comercio. Fue pasando el lunes y la martes cuando, no sé cómo ni el porqué
aunque barrunto que fue a posta, a propósito, hecho a conciencia, el teléfono
le dejo de funcionar. Por más que intentamos nada, está muerto. La batería
también la probamos en otro y si va bien. Es el móvil. Kaput, muerto, roto como las barbies a las que, de pequeña,
desnudaba, les quitaba las cabezas y los brazos y hacia un cajón con los restos
de ellas.
Nuevo
problema vital y de angustia. Ya no solo la tarjeta sino el móvil mismo y ya, a
pelear con ella para hacer los deberes en vez de que se dedicase a mirar nuevos
aparatos que, como es usual, los más caros, los más modernos, con la excusa en
sus labios del siempre: “no voy a bajar de nivel, claro, sería una vergüenza”.
Así de
tragedia fueron el miércoles, el jueves y, ¡Dios Santo!, el viernes. Un
suplicio de semana con mi niña, poseída
por los demonios del consumismo, de la
apariencia, del querer y no poder, del ahora mismo, del “ya”. Nos hizo, a
todos, la vida imposible.
Este sábado
fuimos, aun estaban las tiendas cerradas a ver móviles y buscar su tarjeta. No
hubo problema y, muy atenta y amble la chica, nos la dio y le aconsejo a la
niña sobre el nuevo móvil pero, con sus puntos, todos pasaban del precio
adecuado. Con cada precio y mi negativa más de morros, y el ceño se le hacía
más grande.
De una a
otra y terminamos en la mía, Movistar, con mis puntos. Resultado: me quede sin
puntos, tuve que pagar 59 euros adicionales y firmar un compromiso de estar en
esa compañías 12 meses como mínimo. Mara con su móvil y su tarjeta, yo con los
compromisos.
Mara anda
feliz descubriendo los nuevos programas del nuevo teléfono, paz al fin en la
casa, yo cabreada, y como siempre, al
final, acabo perdiendo...
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