Una mentirijilla.
Todo empezó con un suave y discreto rechazo hacia sus
acercamientos. Ella siempre se alejaba, se ponía fuera de tiro. Todo lo que
intentaba era lo mismo, fracaso tras fracaso. Y le dolía. Así que se ponía
zalamero y la intentaba engatusar con mil vanas bromas o sacando el pecho como
un donjuán se lanzaba al ataque directo,
a la entrepierna. Pero nada, todo era inútil. En todo aquel verano “na de na”.
Los dolores de cabeza, el cansancio, el que no le apetecía, el que tenia sueño,
el que día mas duro he tenido, déjalo para mañana cielo, cientos de excusas
para no tener nada que ver ni físicamente ni sentimentalmente con el.
Creo que fue un día a finales de noviembre cuando, estaba ya
anocheciendo, decidió ponerse a prepararle la cena ante la tardanza de ella en
regresar a casa; le salía muy bien la
tortilla española, a ella le gustaba de forma especial esas patatas tan finas
casi transparentes, el que estuviese jugosita por dentro bien acompañada de una
ensalada de tomates bien aliñada. Al buscar los huevos encontró una extraña pomada
en la nevera, medio escondida y debajo de trapos y papeles y envoltorios de
chocolates vacios. El nombre le hizo sentir como algo malo, cuanto menos
extraño, fue un aire frio que le nublo el cerebro y le hizo tiritar; cosa que ayudo
la puerta de la nevera abierta y el aire frio escapándose a través de él.
Estaba noqueado por las dudas, se quedo allí minutos enteros solamente sin
poder pensar pero con un dolor sordo dentro del cuerpo que notaba lacerado,
herido, golpeado. Notaba, oía los latidos del corazón como tambores en la selva
llamando a la guerra contra el enemigo. Como un zombi busco un bolígrafo y un
papel y copio el nombre. Dejó todo tal como estaba. Se noto hundido, se sintió
viejo y pesado, lleno de negros presentimientos que se agolpaban en su mente,
casi no podía respirar.
Más tarde, ya en la tranquilidad de la noche, ella dormitaba
o hacia que dormía en la habitación común, entro en internet. Cientos de
páginas que aparecieron de pronto en la pantalla le dijeron que era para un
hongo del aparato genital. ¡Ella tenía hongos! Y eso, para el, era fuerte, muy
fuerte. ¿Cómo podía tener hongos si llevaban más de un mes sin hacer nada? ¿Cómo
podía estar enferma si el no lo estaba? ¿Estaría el enfermo de lo
mismo?..¿Donde se cogen los hongos?..
Así fue como se entero de su traición, de su dejadez
despectiva, de las mentiras y engaños y tristes excusas. Después vino lo del
“microdiol” en el cuarto de baño, entre las “cosas” de ella. ¿Para que? Se
pregunto, si habían decidido en una larga charla que o intentaban ir por el
crio o, para que descansase, el preservativo. Al tiempo que iba encontrado esas
cosas le asaltaban un sentimiento de culpabilidad por bucear en intimidades que
no eran suyas, por desconfiar de la que una vez llamo “su razón de vivir”.
La verdad, llegando a ese punto ya todo le daba igual. Lo
que de verdad le dolía es que siguiese jugando con el. Tenía a otro, pues vale,
al monte por orégano. Pero que no se lo dijera, que siguiese mes tras mes así no le gusto nada. Iba a planteárselo en
serio cuando descubrió, por casualidad, una fotografía en la cámara digital. En
la foto, estaba bellísima, resplandeciente, con un vestido rojo muy sugerente,
de minifalda exagerada, peinada a lo loco y un collar con su nombre en oro
resaltando el hueco entre sus dos hermosos pechos. Sus ojos brillaban como los
luceros de las noches estrelladas. Casi se vuelve a enamorar de ella aun
sabiendo que aquel collar nunca lo había visto, nunca le había regalado aquel collar a pesar
de su insistencia.
Cogió la cámara, se reconocía como un manazas en temas de
informática y maquinas electrónicas, y busco la forma de ver todas las fotos
que tenía en su memoria. Allí estaban una tras otra, allí estaban las decenas
de fotos con su vestido rojo y el mismo collar, allí, en otra, sentada en las
piernas de un hombre, o dándose un beso con el
mismo tipo.
Se quedó anonadado,
recordando al personaje de Mortadelo y Filemon con esa palabreja, y sintiéndose
imbécil. Días antes, recordó, estuvo insistiéndole en lo de comprar la casa, el
futuro de los dos, el tirar el dinero del alquiler y todo eso. Y allí estaba
morreándose con un tipo delante de una cámara de fotos mientra las manos del
individuo le acariciaban lascivamente el muslo derecho, muy arriba y casi el
pecho, gestos, preludios. ¿Cómo era tan estupida? Reviso en su cajón de la
mesilla de noche encontrando otro tubo de lubrificante vaginal y la caja con la receta y las medicinas para la infección.
Volvió a ver las fotos mil veces, perdió la noción del
tiempo con la cámara en la mano mientras las iba pasando todas una a una, gruesos
lagrimones caían por su cara, se la veía tan feliz que tuvo envidia de ella y
deseo que fuera feliz. Le dejo una nota de despedida, hizo su pequeña maleta y
se fue dejando sus llaves en la cómoda del recibidor.
No sabe si ha hecho bien, pero las opciones eran escasas. La
primera quedarse y pelear por ella, la segunda irse como hizo. También había
una tercera, que se fuera ella, echarla de la casa, que se fuera con su… ¿Amiguito?
¿Amante? ¿Novio?
No lo sabe aun ahora con el tiempo ya transcurrido, ya
pasados varios meses las dudas siguen con el, lo atormentaran durante mucho
tiempo. No ha rehecho su vida, sigue dando bandazos de aquí para allá, y sin
saber, a posta, nada de ella y de cómo le va. Solo, alguna noche, en su catre
de la pensión, saca la foto robada de su cartera y la mira a ella bella,
hermosa, feliz, con su vestido minifalda rojo dejando ver todas sus piernas,
con el collar con su nombre entre sus bellos y deseables pechos, con ese brillo
de mujer enamorada en los grandes ojos como para comerse el mundo…