Incidencia nocturna III. Descanso nocturno.
A la tercera va la vencida. A pesar de todo, esta última
noche, sobre las tres, me desperté. Mi angustia ante la hora que marcaba de
forma infame el despertador me hizo revivir las pasadas tres noche y, en concreto,
las dos de la caza y captura de los vencejos.
Pero solo fue una falsa alarma, un toque del subconsciente,
un aviso de Dios sabe que. Trate de escuchar algo por unos segundos, busque los
ruidos de las últimas noches. No oí nada. Me vino a la mente, como un mazazo,
la caída del segundo vencejo sin abrir las alas, como si desease ya una muerte
que se le escapaba y el ruido sordo y brutal de su impacto contra el jardín del
patio interior.
Me di media vuelta y me quede durmiendo pensando en el
destino de dos pobres seres atrapados por la fatalidad. Mi mente fue recreando
su historia. Como se conocieron bajo los cielos de este Madrid sucio, gris y polucionado. Como buscaron un lugar para
criar su nidada y el mal destino los atrajo a un agujero libre en la fachada de
un edificio. Un bello agujero que parecía seguro, libre y perfecto para vivir.
Como la hembra, menuda y frágil,
explorando se cayó por el tubo y sin querer se metió entre las palas de
un ventilador y su carcasa. Pió y pió sin descanso, sin saber cómo salir de
aquélla prisión. Como el macho, mas negro, mas grande, más duro, se metió como
loco a buscarla y en llegando al sitio metió la cabeza como pudo para darle un
beso, o algo de comida o una palabra de pájaro amable y llena de esperanza. Mi
mente visualizo como, de pronto, se ponía en marcha el ventilador hiriendo y
lastimando brutalmente a la hembra y cogiendo al macho por el cuello y
partiéndoselo.
Allí quedaron los dos, el uno muerto por amor y la otra
atrapada con el cuerpo del amado esperando un final sin esperanza y sin
entender nada de lo que estaba pasando. Pobres bichos. El final, una caída
brutal y un romperse, como el cristal ante una piedra, en la tierra que la
acogería como al hijo prodigo.
Mi mente recreó su imagen en el Paraíso de los Pájaros,
donde los dos vuelan libres y juntos, juntándose los picos en unos besos que,
aquí, en la tierra, no pudieron darse por culpa de un extractor de humos de un
infierno de cocina.
Me dormí plácidamente hasta que me despertó el sonido de las
campanas del reloj que me sonaron como canto de pájaros.
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