Tarde de calor, tiempo de piscina.
Allá nos fuimos, dos autobuses climatizados, algo más de
media hora de camino y, ¡voila! en traje de baño y en el agua fresca y clara.
Poca gente en ese día de la semana, nunca suele haber mucha gente, familias la mayoría
con niños pequeños. Se llena tanto el sábado como el domingo. Por allí estaban
los conocidos de año tras años. La viejecita que nada como si fuera
deslizándose por el agua de forma errática, el maduro con gafas que hace sus
largos (más bien anchos), el joven en la silla de ruedas y que es toda una
proeza como entra y sale de la piscina por sus propios medios…
Entre ancho y ancho, si, hago anchos, no estoy para otros
trotes, al menos por ahora, agarre en el bordillo, charla y unos cuantos
ejercicios. Casi siempre cotilleos, anécdotas vanas. Una delicia. Unas nubes
asomaron por el oeste, nada importante. Se levanto unas ráfagas de aires que
olía a humedad y ozono, las frondas de los arboles empezaron a quejarse con ese
toque tan característico de música natural. Las nubes empezaron a crecer desde
la dirección del viento, crecer y ennegrecerse. De blanca gris y de ahí a
negras, preñadas de tormenta.
El sol desapareció. Nosotros nadando y comentando que si la
tormenta llegaba era peligroso nadar, por aquello de lo vórtices y cosas así.
Los socorristas, por una vez dos, no decían nada aunque iba mirando, como
nosotros, al cielo que se escurecía por momentos. La gente, la poca que había
empezaron a marcharse como si se hubieran acordado que no cerraron la llave del
gas y tenían que ir a cerrarla. Pocos quedamos, en la piscina solo dos pareja.
Tengo que deciros que adoro las tormentas, me parecen uno de
los espectáculos más violentos, fuerte y hermosos de la naturaleza. Una
combinación peligrosa pero bella como pocas. Ese refulgir de los rayos entre
nubes o entre nube y tierra acompañado de esas tronadas que baten el suelo como
tambores y te eriza los pelos de la piel y un cosquilleo te recorre el cuerpo….nada
hay tan bello, nada tan vital.
Entre ancho y ancho, ya lo sé, no hace falta decirlo, pues
comprobando que se acercara o no la tormenta. Mi mujer señalo un rayo. No lo
vi. Conté, mil uno, mil dos……20. Esta a unos seis kilómetros, le dije,
tranquila y aguantar.
Las ráfagas de aire se hicieron más fuertes, más húmedas si
cabe. La típica cortinilla de agua se vislumbraba hacia la lejanía. Vi el
primer rayo, corto, entre dos nubes gris marengo, toda una culebrilla de luz. Conté
de nuevo, mil uno. Mil dos……doce. Esta a unos cuatro kilómetros y acercándose.
Al este el cielo azul limpio y claro contrastando con las
nubes que teníamos encima de nosotros. El agua deliciosa, invitando a quedarse
en la trampa que era. Sacabas el hombro y el fresco del viento te hacia volver
a meterte. Se estaba mucho mejor en el agua que fuera. La mujer me dejo, tenia
frio, temblaba ya. Salió y se envolvió en la toalla. Seguí en el agua, viendo,
mirando, disfrutando poco pocas veces.
Cientos de pajaritos se posaron en el suelo en torno de los
troncos de los arboles, se movían con ese ritmo sincopado, de nervios, de nunca
estar quietos, atentos a todos y siempre girando la cabeza en una y otra
dirección. En lo alto, más alto que nunca, un grupo de águilas o buitres
ascendían y ascendían girando en las corrientes de aire caliente alejándose de
todo peligro.
Otro rayo, este violento y largo, una anaconda de luminotecnia
de arriba abajo, con la dirección quebrada. Seguí contando y vi que estaba aun
a unos dos kilómetros. Pero el viento estaba cambiando hacia el sur y la
dirección de la tormenta por la velocidad que parecía tener me decía que se
iría a ese sur mágico y exótico. La sucesión de rayos y truenos fue continua en
varios minutos, acelerándose. La distancia no bajaba de los dos kilómetros.
Un rayo espectacular se dividió en dos y tres pies
perdiéndose en una tronada como una sucesión de violentas explosiones. Todo
retumbo con el sonido de tambores lejanos. La cúspide la tormenta, el clímax
total.
La cuenta seguía y se paso a kilometro y medio. El frente de
rayos y cortina de agua, ¡menuda estaría cayendo por esos lares! creaba una
frontera artificial de noroeste a sur. De ahí la calma, un periodo de paz total,
de forma casi súbita con el parón del aire. Salí de la piscina, con la piel
arrugada, medio temblando, llevaba allí más de una hora y media. La tormenta se
había ido a amargar a otros la tarde. Nosotros seguimos contemplando el frente
gris retirarse, como el sol se volvía a asomar tímidamente y acariciar nuestra
piel húmeda.
Los rayos refulgían lejanos y casi sin luz. Los truenos eran
ecos casi perdidos, casi inaudibles. Las nubes se iban aclarando cono si un
pintor fuese pincelando en tonos blancos, aclarando el cielo que se le había
pasado de color. Las cortinas de agua se iban difuminando…
Varias urracas bajaron al suelo buscando lago que picotear y
las golondrinas planearon por la superficie del agua bebiendo al mismo tiempo,
apenas un beso de cariño en la superficie que las reflejaba.
Aun me di otro baño un poco más tarde, más corto, mas
rápido, y en marcha. El espectáculo, gratuito, había estado con nosotros y lo
habíamos disfrutado….una muy buena tarde de verano.
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