Wednesday, September 30, 2015

Problemas en la playa (5).- Las (reales) vacaciones y el viaje hacia el infinito y mas allá.


V.- Las (reales) vacaciones y el viaje hacia el infinito y mas allá.

No tenéis que esperar quince días para contaros lo del coche: “Si algo tiene que salir mal, saldrá mal. Si algo no tiene que salir mal, también saldrá mal”. Axioma inmutable y de obligado cumplimiento en el comienzo de vacaciones o demás.

Si, el fin de semana anterior a la salida revisas el coche. Compruebas aceites, liquido de frenos, el dibujo de las ruedas, el agua para el refrigerador, las zapatas de los frenos. En el garaje le ven presiones, consumos, etc.…Un coche a punto. Si, tiene unos añitos encima pero ha ido bien, esta mejor cuidado y con la revisión y la limpieza pues perfecto.

Esa mañana cargáis las maletas, montáis y…no arranca. Pruebas un par de veces sin ahogarlo pero nada. Buscas ayuda y lo arrancas con la ayuda de un vecino que tiene cables de arranque. Te pones en marcha y vas al taller más cercano, ya te conocen. La batería fatal, caput, rota. Hay que cambiarla. Dejas a la mujer en casa con los niños y tú y el coche a comprar una batería y ponerla. Es sábado, al taller del barrio. Problema con los terminales pero una hora y ya está. De nuevo a montar y en marcha.

El sol calienta. Pone la mujer el aire acondicionado. Un olor apestoso sube rápidamente a la nariz de todos lo ocupante, es un olor como a huevos podridos. Abres la ventanilla tratando de ventilar el interior. El aire que sale de las rejillas es calentucho y es lo que huele. Paras el aire acondicionado, un asco.

Los críos empiezan a protestar, tiene calor, sudan y, encima, se aburren. El calor los asfixia y los pone de peor humor que lo normal.

Los kilómetros pasan bajo las ruedas a nuestro paso.

Parece que algún pueblo esta de fiestas, ruidos de cohetes. El coche parece perder un poco la dirección. Lo dominas bien y paras en el arcén. Un reventón. Hay que cambiar la rueda, menos mal que hay de repuesto. La policía se para pensando mal pero al ver la situación cambia y hasta te ayudan. Les das las gracias, los críos se aburren.

Arrancas por enésima vez, con ganas de regresar a casa y olvidarte de viajes y de todo: sofá y tele, quince días de reposo absoluto y fuera.

Más kilómetros, más tiempo encerrados, calor dentro, sudor y lágrimas. Paramos a comer, es casi la mitad del camino. Mala comida, recalentada. Al menos dentro del local se está fresquito.

Nuevo arranque. Nos para otros polis a la salida del pueblecito. Me ponen una multa por exceso de velocidad. Les digo que es imposible dado que nunca paso del límite y más con los niños viajando conmigo. Les añado que hemos parado a comer en el restaurante, una hora y media aproximadamente, por lo que es imposible ir a ciento cincuenta por hora. Físicamente imposible. Mecánicamente imposible. No atienden a razones y me llevo la multa sin firmar, por supuesto y con un cabreo, por mi parte, de mil cojones. Perdón por la expresión.

El tiempo y los kilómetros pasan. El coche empieza a ir a tirones, casi se me para en una pequeña loma. Al bajar vuelve a ir alegre y como si nada. En la siguiente cuesta vuelve a pasar lo mismo. Cojo la primera salida y busco un taller. Esta abierto y un hombretón maduro y calvo nos atienden en seguida y enseguida ve nuestro problema. Coge el coche y hace un par de pruebas conmigo de copiloto. La mujer y los críos a la cafetería, fresquitos. Le saca el tapón del depósito y este se abre con un ¡plubbb! Alto y grande. Me explica que es un problema del aireador del depósito. Va haciendo vacio y la válvula no funciona, lo mejor es que si vuelve a pasar simplemente abra el tapón del depósito y vuelta a marchar. Me cobra 50 euros y en marcha. La mujer protesta porque no está totalmente arreglado. Le explico que hay que vaciar todo el depósito, desmontar este y limpiar esa valvulita, todo un trabajo para nada. Los críos a protestar por nada.

Con esto y unos kilos de sudor de menos llegas alucinado a puerto. Todo empieza de nuevo, año tras año.

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