Tuesday, September 15, 2015

Problemas en la playa (2): Hablando de helados.


Hablando de helados!, es la otra anomalía pero tan real, tan real, la he observado año tras año y nos pasa a todos, varias veces en el día,  y a varias personas del entorno. Risible siempre, pero cruel. Pocas veces nos damos cuenta de ella, la dejamos pasar como algo inevitable. Nos reímos cuando le pasa al vecino pero, sabemos, nosotros estamos también condenados a sufrirla.
Te piden un helado de fresa, así, como si tal cosa, en medio de la mañana. Tu mujer haciendo ojitos, sudando a mares pues está empeñada en ligar moreno como sea, todo el tiempo que tiene, tiene prisa, no sabemos porque pero tiene prisa en ponerse negra como el tizón cuando, sabe, sabemos, todos los años es lo mismo, es que se quemara la espalda, la cabeza y los muslos y se enrojecerá las mejillas pero de moreno ná de ná. Lo dicho, tu mujer te pide un helado de fresa del chiringuito que está a más de quinientos metros. (Si no es tu mujer pues será alguien de la familia, la novia, el hijo, la hija, el compromiso de unos invitados en el apartamento, alguien de quien, en suma, no puedes negarle el capricho).

Lo del chiringuito es otra historia de terror, ya llegaremos a ella.
Allá te vas a comprar el dichoso heladito de fresa que tú odias a muerte, te da alergia pero vas y lo compras. Claro, a la demanda de uno pues todo el grupo te pide helado a gogo, todos de fresa. Para ti compras un gran helado de chocolate, el que te gusta. Vuelves relamiéndote de ganas de tu gran helado de chocolate, con virutillas, también de chocolate negro, dentro, con su galletita crujiente. Te relames, babeas bajo el sol que abrasa y la arena que te quema los pies (como siempre te olvidas de la chanclas y te has quemado a la ida ¿Cómo no te vas a quemar a la vuelta?), saboreas el momento de sentarte en la toalla y comértelo con ganas, despacio y saboreándolo.

¡Claro! Siempre se cae algún helado en ese camino. La suerte, el azar, un balón despistado que acierta en tu mano, un disco volador que vuela hacia tu mano, un empujón sin querer de unos niños jugando a dar empujones a gente con helados en las manos, una zancadilla del enemigo de todos los años, un traspiés a causa de pisar de puntillas para evitar quemarte la planta de los pies, un perro que corre tras una hebra de tela de araña, una cometa que no vuela y ataca a todo bicho viviente que lleve un helado, un agujero del niñito que juega a romper tobillos… Y ¿Cual se ha de caer?.... ¡el de chocolate! Por supuestísimo. Siempre el de chocolate, el tuyo, tus sueños a la arena como la lechera con su leche por los suelos.
Te paras y lo ves mezclado con la playa. Te quedas así unos segundos y pensando en el calor te pones en marca para entregar los encargos. La gente en tu entorno te mira y se ríe de forma melancólica recordando el día en que les paso a ellos. Y deseando que no les vuelva a pasar.

Y cuando le das el helado a tu mujer te dice que pena, que le apetecía uno de chocolate. Tú, aunque no se lo crea nadie, no la matas en ese momento. Raro es matar a alguien en la playa, las ganas no faltan pero no se hace. Solo se sufre en silencio. Sera el calor que hace, la desidia, el bajón de tensión que se produce en la playa pero no hay asesinatos en la playa. La violencia domestica casi  no existe solo arena y helados caídos como en combate.

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