Wednesday, June 17, 2015

Mara y ayudar al que lo necesita…


Mara y ayudar al que lo necesita…

Como decía el amigo Groucho: “Estos son mis principios. Si no le gustan tengo otros”. De ahí al final solo queda un tiempo, un lapso, una ilusión.

A veces pagan justos por pecadores, hay que aprender y las dudas siempre se meten en la cabeza.

Habíamos ido por la mañana al otorrino. A la pobre de Mara, este verano, le sangró la nariz un día sí y otro también. Nos desesperamos más de una vez pues los remedios típicos y tópicos, los de siempre, no funcionaron. El médico de familia nos mando al especialista pero la cita nos la dieron con más de un mes de espera para la consulta. (El que espera desespera, o eso dicen. ¿En qué se diferencian una pera de un tren?....es fácil, es risible, pues que la pera es pera y el tren no es-pera).

Bueno, consulta al canto, inspección desagradable con esos tubitos (sondas) metiéndolos por la nariz, y, al final, receta de una pomada con la indicación de que tiene muchas venitas rotas, la necesidad de una radiografía adicional y que volviéramos en Octubre con la misma. Al salir, nos fuimos a tomar un café, el de la media mañana, yo sí que no puedo pasar sin él; un cafecito con leche alrededor de las once es lo ideal para todo, incluso para dolores y malos pensamientos. Lo reconozco, uno de mis olores predilectos es el del café recién molido o recién hecho; un olor con imágenes de selva y lluvias, de bailes y danzas tribales, de mil colores vivos…

Y allí estábamos las dos, charlando amigablemente, el café humeante en la taza, su olorcito llegándome a la nariz ¡que delicia! Hasta me daba pena beberlo. Mara pidió, como no, su coca cola, eso sí, light, pues está con la obsesión/tontería del peso y las calorías y las grasitas donde no se deben tener. El tiempo esplendido, nada de calor  a la sombra de la terracita. Las sillas, de madera, duras como una piedra de mármol de Carrara y el precio como para dejarnos sin blanca. Café clásico, muy a la antigua, muy de maderas con barnices viejos, la puerta con cristales abierta de par en par.

Se nos acerco una señora, madura, en la cuarentena, con un crio de la mano. Vestían pobremente, pero no mal del todo; llevaba, me fije un poco más tarde, zapatillas de andar por casa. Salían de la cafetería. Nos pidió, muy educadamente y en voz como con vergüenza, si le podíamos dejar algo de dinero pues se había encontrado sin nada en el bolso y que tenía que pagar su café y no sé que había tomado el crio. El niño, a todo esto, no se atrevía a levantar la mirada del suelo con sus sucios zapatos negros y su pantalón corto, tendría unos diez u once años.

Yo, tonta de mi, le di lo que necesitaban, tres euros con cincuenta, sin blanca, ya lo digo y lo repito.

La señora me dio las gracias mil veces, que me lo devolvería, de verdad, que los sentía mucho, la vergüenza que estaba pasando por tener que acudir a nosotras y todas esas cosas. Le dije que hoy por ella y mañana por mí, que no se preocupase, que no pasaba nada, que ya conocía esos problemas.

Se volvió adentro, a pagar, o eso creía yo. Pero no. Se metieron por la puerta y se fueron directamente, los dos, con muchas prisas, a la máquina de los juegos, la tragaperras, y, allí, delante de nuestras propias narices se pusieron a jugar metiendo y tirando el dinero (mío) que, antes, yo le había dado. La señora y el crio, animadísimos, felices, casi rugiendo de frustración y fastidio cuando no salía nada y  de alegría y contento y felicidad cuando alguna jugada les daba algo, muy poco por lo que veía.

Me quede de piedra, de Carrara, por lo menos. Se me cayó la barbilla de puro asombro al ver la desvergüenza de la señora. Los ojos, mis ojos, como platos, alucinaban,  vecina.

Mara se tomo incluso peor que yo, se cogió un cabreo de lo más fino, empezó a gesticular, a señalármelos con saña y enfado, a insultarlos. Conforme protestaba se iba calentando más y más, como una olla a punto de estallar.

Se levanto de pronto, fue rauda y veloz y se acerco a ellos, (yo corriendo detrás de ella temiendo lo peor) y los puso a caldo, los llamo de todo con palabras que, incluso, a mí me escandalizaban. De gilipollas a ladrones, de putos a putera, de imbéciles a aprovechados, de que les dieran por el trasero a…de que debiera darle vergüenza a como dejar que el crio viera las cosas que hacía, que vaya ejemplo le estaba dando, que se lo tenían que quitar por timadora y pedigüeña, que estaba prohibido, que la iba a denuncia…

Trate de apaciguarla pero imposible, fue como si se destapase la olla de los truenos solo que con tacos, amenazas y palabrotas más que con otra cosa. La cogí por los hombros, la abrace como le gusta que le haga,  y me la traje a la mesa a la fuerza, ella seguía furiosa, fuera de sí, me costó trabajo y poner todas mis pocas y pobres energías en ello, tenía ganas de pegar a alguien, bien podéis suponer a quien.

La señora, acabadas las pocas monedas y sin nada ganado, cogió al crio de la mano y se fueron, atreviéndose al pasar cerca de nosotros con un minúsculo adiós. Se alejaron por la acera de la calle…

Los he vuelto a ver varias veces. Unas jugando en las tragaperras, las menos; otras pidiendo dinero a la gente que no los conoce; alguna vez, incluso,  es el crio que lo hace, aprende rápido el pobre y pocas opciones le quedan de aprender otra cosa, me temo…

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