Thursday, May 09, 2013

Mara y los deberes de lengua.


Mara y los deberes de lengua.

 
Ayer vino Mara preocupada con un trabajo de lengua. El motivo era una redacción, de no menos de 200 palabras, sobre tradiciones, mitos, historias viejas. Así que, después de cenar, me puse mi disfraz de abuelita y le conté una de las muchas historias familiares. Esta, en concreto, era mi favorita pues yo había sido testigo de ella o, más bien, una protagonista de la misma.

 
Después nos pusimos a redactarla, y así quedó:

 
"Un recuerdo:

 
Voy con mi abuela "Mama divina" por los caminos de nuestra aldea, La Hermida, es tarde, ya de noche. A pesar de ser verano el cielo esta encapotado y amenaza lluvia.

 
Hace frío. Nos alumbramos con una linterna grande y pesada que da una luz breve y difusa.

 
Sonaron las campanas de la parroquia, a lo lejos.

 
Un perro aulló en la lejanía.

 
Piso un charco de agua sintiendo como esta se mete dentro de mis zapatos, mojando y enfriando mis pies.

 
De pronto mi abuela me empuja y me tira al suelo, me tapa la boca y los ojos con sus manos pequeñas, fuertes y callosas. Me susurra silencio, no hables, no te muevas, no mires, reza.

 
Y recé llena de miedo mientras, por una rendija entre sus dedos, con mi ojo izquierdo, miraba pasar una doble procesión de luces llevadas por unos etéreos monjes con túnicas blancas y negras por el camino por el que acabábamos de pasar. Delante iba un joven extremadamente delgado, pálido, con barba blanca, vistiendo unos harapos que se caían a trozos y portando una cruz y un caldero. Me parecía conocido. Se le veía triste y desesperado.

 
Un intenso olor a velas quemadas me lleno la nariz, ahogándome.

 
De pronto, sentí el toque leve, en mi coronilla, de un ángel triste y me inundo de desolación y mi corazón se lleno de escarcha, mi mente se vació de colores y llantos. Fue como si nada valiera, todo podredumbre, muerte y vacío, todo comida de gusanos, todo polvo que se iba con el viento. El llanto vino de golpe a mis ojos, un llanto pleno de lágrimas como nunca, jamás, volví a llorar.

 
Pero, así como vino, pasó y volvió el olor a tierra mojada y hojas en descomposición y el perfume barato de Mama divina.

 
Oía a mi abuela susurrar oraciones, a mi lado, oprimiéndome contra el suelo.

 
Quizás fueron dos minutos, quizás tres, pero  fue una eternidad.

 
Cuando nos levantamos me hizo persignar y la promesa de no contar a nadie esta historia de la Santa Compaña. Pero quedó en mi ese mágico recuerdo y un principio de canas cerca de las orejas que, coquetamente, siempre me tiño.

 
! Ojala encuentren  la paz para sus almas ¡".

 
Hoy ha llevado el trabajo a clase toda esperanzada. Cree que es la historia más bonitas y de miedo jamás contadas. Espero que su profesora sepa apreciarla.

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