/. 4.- Pocas cosas hay tan bellas en este mundo como un
niño dormido. Las hay, claro, por ejemplo, ver dos niños dormidos. Pocas veces
se hace tan intensa esa ternura como en
un viaje en coche cuando así te dejan en paz, hay armonía, suenan músicas
celestiales, no se oyen gritos ni peleas, los ángeles viajan contigo haciendo
sonar campanillas. Los ves así y te sientes en la gloria conduciendo, y viéndolos
por el espejo retrovisor, casi te saltan las lágrimas del cariño que les
profesas a pesar de todo.
Avanzas rápido, con prudencia siempre,
pues el freno de mano está instalado en el puesto de copiloto y no pasa ni una.
Las cabezas, de los críos, observas, se bambolean con las curvas, dulcemente,
pero siguen dormidos que es lo realmente importante. Los cinturones de seguridad
los sostienen bien y las orejeras de los asientos limitan un tanto esa
oscilación de las cervicales (pobres y dolientes si fueran las mías).
Pero todo tiene un límite, a un minuto
de gloria y paz y felicidad, el desastre premonitorio, (es la conocida tempestad
que precede a la calma… ¿o es al revés?), le seguirán horas de sufrimiento. A la, por una vez
siniestra y siguiendo a Murphy, voz del
copiloto que te dice, rompiendo el hielo: “Qué bien ahora que se han dormido,
¿verdad?” Y, claro, antes de que puedas mandarla callar o chistarle que hable
muy bajito y que no se enteren, pues entre el movimiento de cabeza, la
dormidera y la bebida anterior y el
bollo con pocas ganas y la mala leche de bastante tiempo y todo eso mezclado
con la frase anterior pues, como no, movimiento compulsivo, las primeras
arcadas del pobre Javi y, sin tiempo a reaccionar, el copiloto es rápido pero
no tanto, la primera vomitona cae sobre sus propios pantalones y camiseta.
Súbitamente, con la vomitona, se llena el coche de un tufo apestoso como a
queso azul, a vómitos, mitad leche agria, mitad mierda, mitad acido de aliens
supurante, azufres de diablo maligno y retorcido con diarrea.
Javi, el pobre no se despierta del todo,
se queda hecho polvo y nos mira con ojitos de cordero degollado como diciendo
yo no he sido, no sé qué ha pasado. Se le nota un poco de miedo en la cara,
expresión que pocas veces se le aparece cuando un nuevo retorcijón le hace
vomitar y expulsar lo poco que le quedaba dentro. Tras unos segundos un nuevo
retorcijón le hace vomitar apenas un poco de bilis. Le duele. La mujer ni corta
ni perezosa medio se saca el cinturón, se gira de forma inverosímil y se pone a
limpiar al crio, primero la cara después trata de recoger todo el vomito
posible al tiempo que me dice que pare
como sea, donde sea…al tiempo prepara otra bolsa por si vienen otras arcadas.
Aparco el coche en el primer hueco
grande que hay a mi derecha, una explanada amplia y con aparcamiento, gracias a
Dios. La suerte. Murphy al garete por una vez, menos mal, no debería acertar
siempre.
Lo primero que hacemos es que abrimos
todas las puertas y ventanas y ni con esas se quita el olor de nuestras fosas
nasales. Ese olor infecto, ya cómodamente instalado en la tapicería del coche
y en nuestra pituitaria sobre todo, no
nos dejara en días, semanas, en meses, en años, todo olerá a vomito, todo sabrá
a vomito, y yo soñare hasta con los mismísimos vómitos y el olor que conlleva. ¡Que asquito!
Mara se despierta ante la brusca parada
del coche y el mal olor y se queda estupefacta viendo a su hermano hecho unos
zorros e inundando de esa masa grumosa. Se aparta todo lo que puede que es lo
que le da el cinturón de seguridad a movimientos pequeñitos del culo. Mi mujer,
el copiloto y freno de mano siempre, se pone a limpiar al crio. Todo un proceso
misterioso y de ingeniería espacial para quitar al crio la ropa, limpiar todo lo que puede con los pañuelitos
húmedos y refrescantes, recoger los restos, echar colonia (es lo peor que se
puede hacer, nunca lo hagáis, la mezcla de vomito y colonia es espantosa
pero….) tratando de forma harto difícil de no manchar o extender mas el
desaguisado. Toda la ropa a una bolsa de plástico con la marca de El Corte
Ingles. Todos los pañuelitos a otra bolsa con la misma marca comercial, al
menos le damos buen uso, reciclamos. Ni míster fantástico seria capaz de hacer
las contorsiones y movimientos precisos que va realizando, parece magia, es
magia, es una madre ante una emergencia.
Mara con su característico, de niña
cursi, que se le va hacer, “¡que aaaasssscooooo!”, frunce el ceño con esa mueca
graciosa y repipi tan suya, se tapa la nariz y, con la primera contracción de
estomago, abre los ojos de forma
desmesurada y se aguanta. Pero poco dura su aguante, a la segunda arcada que le
viene empieza a vomitar también. Ella no se mancha, no, nunca, infaliblemente
se echa hacia delante, no sé cómo pues esta con los cinturones de seguridad, se
lleva las dos manos al estomago y todo el chorretón de comida descompuesta hace
una parábola casi perfecta que superando el respaldo del asiento delantero, el
mío, cae en toda mi espalda. Noto una
cosa pegajosa, húmeda, caliente, asquerosa, chorreante, grumosa, caldosa, me
siento fatal, asquerosamente fatal. Voy notando como se introduce entre el
cuello de mi camisa y mi cogote y se va resbalando, es caliente, es cálido, por
mi espalda rumbo a mi cintura. Me separo rápidamente del respaldo, es
preferible que me manche yo pues tiene un pase pero minimicemos el daño a la
tapicería. La miro alucinado, casi con odio visceral, casi pensando que lo ha
hecho a propósito, que ha sido alguna venganza por el pecado de ser su
padre, pero ante sus ojitos asustados y
sorprendidos, con sus manitas en forma de puños tapándose la boca como si con
ello consiguiera que no saliera nada mas,
no digo nada, me muerdo la lengua y salgo del coche para poder quitarme
bien la camisa chorreante antes de que se me meta por el pantalón (ya sería el
colmo), sacar a la niña de su asiento, limpiarle la boca y que respiremos aire
fresco. Mi estomago protesta, le hago callar ante la urgencia. Pero jamás
olvidare esa sensación del vomito espalda abajo, jamás, una pesadilla
recurrente con los ojos grande y de colores cambiante de Mara, bella al tiempo
con esa palidez espectral que le da estar mala y mareada.
La mujer termina por sacar a Javi en
calzoncillos y chanclas y, no se ha enterado todavía de todo lo que me pasa, me
mira como diciendo que hago yo así. Lo comprende deprisa y rápido cuando ve la
camisa en el suelo y llena de grumos y mojada. Si algo pasa con Mara me toca a
mí, siempre yo, siempre mi sino. Se echa a reír a carcajada limpia. Me
contagia. Allí, en medio de nada, los dos, cada uno con uno de nuestro mareados
hijos y yo sin camisa y asqueado de los olores.
Me pasa una toallitas por la espalda, me
frota con la colonia de frasco que siempre lleva. Es peor la mezcla de olores
pero que se le va hacer, no voy a protestar encima.
El coche con las cuatro puertas
abiertas, ventilándose, oreándose, aireándose, tentación de ladrones, vacio de
mente y esperanzas….sabemos que el olor no se irá en meses, hasta la siguiente,
y eso a pesar de colonias, de perfumadores y de ambientadores que la mujer ira
probando de forma inútil y esperanzada; nada quitara ese olor que se hace peor
con cada nuevo intento pues esa mezcla de olor nauseabundo mezclado con los
miles de olores… ¡buenos!... es todavía peor que peor. Queda un tufo
indefinible que retrotrae a pocilgas, ciénagas, cuadras mal cuidadas,
pescaderías no muy limpias y de pescado de otros lares y tiempos pasados…
Me da al crio y ropa de la maleta y
cogiendo aire puro se mete en el coche para terminar de limpiar lo imposible.
Un coche de la policía de carreteras se para y nos pregunta si necesitamos algo. Le decimos que
no y le agradecemos su interés. Buena gente salvo los de las multas pero eso es
otro cantar que tiene que ver con otros departamentos más políticos que otra
cosa.
Mientras tanto visto como puedo al pobre
de Javi, camiseta, pantalón, calcetines, le dejo las chanclas para que este mas
cómodo, se deja hacer, esta sin fuerzas, sin ánimo, sin ganas de nada, ni de
bromear, ni de meterse conmigo….Mara conmigo no dice ni mu, la pobre intenta
incluso echar una mano con su hermano y, de forma harto tierna y sorprendente,
le hace una caricia en la cabeza y retira la mano rápidamente cuenta se da cuenta que la miro.
Las bolsas con los restos a la papelera.
La de la ropa la metemos dentro de otra y
otra más y bien atada al interior del maletero. Ya la lavaremos en otro
momento.
¡Y eso que era un viajecito de solo dos
horas y media para ver a los abuelos, parada intermedia incluida!