V.-
Las (reales) vacaciones y el viaje hacia el infinito y mas allá.
No
tenéis que esperar quince días para contaros lo del coche: “Si algo tiene que
salir mal, saldrá mal. Si algo no tiene que salir mal, también saldrá mal”.
Axioma inmutable y de obligado cumplimiento en el comienzo de vacaciones o
demás.
Si,
el fin de semana anterior a la salida revisas el coche. Compruebas aceites,
liquido de frenos, el dibujo de las ruedas, el agua para el refrigerador, las
zapatas de los frenos. En el garaje le ven presiones, consumos, etc.…Un coche a
punto. Si, tiene unos añitos encima pero ha ido bien, esta mejor cuidado y con
la revisión y la limpieza pues perfecto.
Esa
mañana cargáis las maletas, montáis y…no arranca. Pruebas un par de veces sin
ahogarlo pero nada. Buscas ayuda y lo arrancas con la ayuda de un vecino que
tiene cables de arranque. Te pones en marcha y vas al taller más cercano, ya te
conocen. La batería fatal, caput, rota. Hay que cambiarla. Dejas a la mujer en
casa con los niños y tú y el coche a comprar una batería y ponerla. Es sábado,
al taller del barrio. Problema con los terminales pero una hora y ya está. De
nuevo a montar y en marcha.
El
sol calienta. Pone la mujer el aire acondicionado. Un olor apestoso sube
rápidamente a la nariz de todos lo ocupante, es un olor como a huevos podridos.
Abres la ventanilla tratando de ventilar el interior. El aire que sale de las
rejillas es calentucho y es lo que huele. Paras el aire acondicionado, un asco.
Los
críos empiezan a protestar, tiene calor, sudan y, encima, se aburren. El calor
los asfixia y los pone de peor humor que lo normal.
Los
kilómetros pasan bajo las ruedas a nuestro paso.
Parece
que algún pueblo esta de fiestas, ruidos de cohetes. El coche parece perder un
poco la dirección. Lo dominas bien y paras en el arcén. Un reventón. Hay que
cambiar la rueda, menos mal que hay de repuesto. La policía se para pensando
mal pero al ver la situación cambia y hasta te ayudan. Les das las gracias, los
críos se aburren.
Arrancas
por enésima vez, con ganas de regresar a casa y olvidarte de viajes y de todo:
sofá y tele, quince días de reposo absoluto y fuera.
Más
kilómetros, más tiempo encerrados, calor dentro, sudor y lágrimas. Paramos a
comer, es casi la mitad del camino. Mala comida, recalentada. Al menos dentro
del local se está fresquito.
Nuevo
arranque. Nos para otros polis a la salida del pueblecito. Me ponen una multa
por exceso de velocidad. Les digo que es imposible dado que nunca paso del
límite y más con los niños viajando conmigo. Les añado que hemos parado a comer
en el restaurante, una hora y media aproximadamente, por lo que es imposible ir
a ciento cincuenta por hora. Físicamente imposible. Mecánicamente imposible. No
atienden a razones y me llevo la multa sin firmar, por supuesto y con un
cabreo, por mi parte, de mil cojones. Perdón por la expresión.
El
tiempo y los kilómetros pasan. El coche empieza a ir a tirones, casi se me para
en una pequeña loma. Al bajar vuelve a ir alegre y como si nada. En la
siguiente cuesta vuelve a pasar lo mismo. Cojo la primera salida y busco un
taller. Esta abierto y un hombretón maduro y calvo nos atienden en seguida y
enseguida ve nuestro problema. Coge el coche y hace un par de pruebas conmigo
de copiloto. La mujer y los críos a la cafetería, fresquitos. Le saca el tapón
del depósito y este se abre con un ¡plubbb! Alto y grande. Me explica que es un
problema del aireador del depósito. Va haciendo vacio y la válvula no funciona,
lo mejor es que si vuelve a pasar simplemente abra el tapón del depósito y
vuelta a marchar. Me cobra 50 euros y en marcha. La mujer protesta porque no
está totalmente arreglado. Le explico que hay que vaciar todo el depósito,
desmontar este y limpiar esa valvulita, todo un trabajo para nada. Los críos a
protestar por nada.
Con
esto y unos kilos de sudor de menos llegas alucinado a puerto. Todo empieza de
nuevo, año tras año.