Mara y las ruinas.
Todos sentimos una extraña atracción por las ruinas. Ese
amontonamiento de piedras caídas y cristales rotos, recuerdos de un pasado que
no esta escrito, nos invitan a soñar, a perdernos, a pesar del peligro que
puede haber, entre las piedras buscando algún objeto valioso, algún objeto que
nos diga algo mas de la gente que allí vivía.
Así a Mara le atraían las ruinas de la vieja iglesia de la
parroquia de San Salvador; la nueva, ladrillo y madera reluciente, estaba a
unos 100 metros
de lo que quedaba de la antigua. De la vieja solo quedaba la fachada principal
en un equilibrio mágico de piedra granítica sobre piedra; una puerta marrón,
casi negra, de madera podrida, estaba tirada a los pies del dintel y, por
dentro, se veían, mas bien se presentían, piedras caídas junto con grandes y
negras vigas de madera, restos de una techumbre que se había desplomado, además
de maleza, retoños de algún árbol extraño saliendo en las oscuras esquinas,
polvo y telas de araña.
Mara pasaba siempre delante de las ruinas, cuatro veces al día;
las veces del ir y venir de la escuela, aunque, para ello, tenia que dar un
pequeño rodeo que la hacia perder mas de cinco minutos. Siempre se paraba cerca
de la puerta y atisbaba el interior como buscando un algo nuevo, un cambio, un
tesoro, un fantasma y terminaba leyendo el gran letrero de letras rojas que pendía
de una alcayata :"PELIGRO. PROHIBIDO ACCEDER AL INTERIOR DE ESTE LUGAR.
RIESGO DE DESMORONAMIENTO". A la fuerza se obligaba a salir de allí y
avanzar a sus obligaciones diarias, el colegio.
Un día de abril, soleado y festivo, cogió a su hermano menor
y fueron de exploración. ¡Como no! se fueron a la iglesia arrumbada de San
Salvador. Fueron con linterna, guantes, casco de bici, coca-cola, galletas y
unos pastelitos en una bolsa de plástico del Corte Ingles que, mas tarde, le impidió
hablar de un impulso repentino, de falta de premeditación. Le costo decidirse a
entrar (mas bien le costo convencer a su hermano de que lo hiciera el primero)
pero lo hizo, por primera vez, con timidez, con miedo. No había nadie en los
alrededores. Pasó el dintel de la puerta, saltando sobre los restos de la
misma, y, a partir de allí, esquivar piedras, quitarse telas de araña de la
cara, brazos, etc...Mirar por todos lados, buscando, como dos arqueólogos, los
tesoros antiguos.
La búsqueda fue inútil pero subiendo y bajando piedras y
maderos se pasaron sus buenas dos horas. En lo que seria los restos del ábside
vieron......al volver para salir se encontraron con un cable negro que colgaba
de la parte superior de la fachada; siguiendo el cable, con la mirada, llegaron
a ver unas pequeñas campanas negras, relucientes, y la conexión del cable con
el badajo de la misma. ¡Que tentación!
Salieron a descansar, comieron galletas y bebieron coca-cola
y volvieron a entrar. Se acercaron al cable de la campana y tocaron una vez
cada uno. Sonó muy bien, les gustó. La tentación era intensa y volvieron a
tocar, esta vez con más ganas......
En esto que ven venir una multitud (no mas de siete
parroquianos) con cubos de agua, corriendo y gritando, jadeantes, hacia la
iglesia buscando, alarmados, un fuego que no existía. Se pararon delante de los
dos niños, un tanto sorprendidos y bastante cabreados:
-¿Tocasteis la campana? Nos habéis dado un susto de muerte.
.......¿Que hacéis aquí?-..... ¿Quien sois?......
-No se puede tocar la campana, esto es una gamberrada. Hay
que llamar a la policía.
-¡Son unos niños, por Dios! ¡Que susto!
-Si esto tenía que estar vallado, bien cerrado.......ya lo decía
yo.
-¿No sabéis leer?. Aquí esta prohibido.
-Esto os va a costar muy caro, ¡Que gamberrada! ¡Gamberros!.
..........
En esto se acercó, corriendo también, el párroco, Dn.
Emilio, que, por fortuna, conocía a los niños y a sus padres. Haciéndose cargo
de la situación calmó a los paisanos y, cogiendo de la mano a los niños, se fue
con ellos hasta su casa. Por el camino, Mara avergonzada, no se atrevía a
levantar la cara del suelo, extrañamente interesada en contar las piedrecillas
del mismo y si habría alguna hormiga por allí. Su hermano, en cambio, se puso a
contarle a Dn. Emilio su aventura en las ruinas de la iglesia: las telas de
araña, como levantaba las piedras buscando tesoros, como se subía por encima
del muro para ver más allá y, lo que más le encantaba, como sonaba la campana.
Le decía que era el sonido mas bonito que había oído jamás y que le había
encantado tocarla, que era como mágica, con el sonido de los Ángeles. D. Emilio
le escuchaba y sonreía:
-Pero, mirar, habéis asustado a la gente. Veréis, cuando se
toca la campana, como vosotros habéis hecho, es para avisar de alguna
desgracia, una muerte, un fuego, una inundación, una explosión.....la gente se
asustó y sois vosotros los que los habéis asustado. No se debe hacer: primero
porque podríais haberos lastimado; segundo no se debe entrar en las ruinas por
que es peligroso; tercero jamás debéis tocar la campana y cuarto porque hay un
letrero que prohíbe todas estas cosas...... ¿De acuerdo Mara?
-¿Si, señor! No habrá otra vez.
Se repitió todo en casa de Mara en presencia de su madre
que, enfadada, les prometió un fuerte castigo que jamás llego a enunciarse.
Pero Mara, siempre conservará el aire de aventura y el sonido de las campanas
en sus manos más que en sus oídos.
Un momento: ¿que vieron bajo las ruinas del ábside?, ¿Que
fue aquello, algo tan importante que jamás lo revelaron?...........eso será
otra historia.