Funestos y aciagos presagios a lomos del viento cabalgan.
La aurora, estremecida por el impacto de las pezuñas
dejando huellas de fuego y destrucción,
Huye a viejos palacios ya abandonados de telarañas.
Paren monstruos viejas vírgenes de rostros violáceos,
y los perros aúllan sicóticos y lejanos al viento.
Las montañas se parten en dos mitades enfrentadas
aferrándose a su permanencia en el tiempo y el espacio.
El hombre se refugia metiendo la cabeza en el caldero
de cobre. No hay tiempo. No hay esperanza. No hay vida.
Se pudren los sentimientos y el padre devorara al hijo
por miedo, la hija se arrojara en la fauces abiertas de los
volcanes...
la madre parirá miles de gusanos negros y rollizos...